10.22.2012

Una escuela para el ojo: la fotografía de "The Sartorialist"

¿Qué tienen de especial los desfiles de moda de París?, le preguntan al legendario fotógrafo Bill Cunningham en el documental Bill Cunningham New York (2010). Cunningham, que con su cámara registra para el New York Times diligente, no: sistemáticamente, el acontecer del mundo de la moda desde hace sesenta años, responde en tono solemne, como si revelara un misterio bíblico: Porque París educa el ojo“.

Las fotografías del blog The Sartorialist de Scott Schuman también educan el ojo, si bien para descubrir un tipo de belleza un tanto diferente a la de los desfiles parisinos. En el año 2005 Schuman empezó a publicar fotos de personas y su ropa tomadas en las calles de Nueva York. En 2009 apareció un primer libro con imágenes del blog que para ese entonces ya era una dirección famosa, y se convirtió de inmediato en un éxito de ventas. Hace pocos meses apareció una nueva antología: The Sartorialist: Closer (Nueva York: Penguin, 2012). La nueva compilación reúne quinientas fotos de los años 2009 a 2012 tomadas en Nueva York, París, Florencia, Seúl, Madrid y Londres. Como ya el primer volumen, el segundo tiene la madera para convertirse en un clásico de la fotografía de moda contemporánea. Entretanto, The Sartorialist es la quintaesencia del blog de 'Street-Style', con catorce millones de visitas al mes.



Según aclara Schuman en el nuevo libro, su objetivo jamás fue, al modo de los reporteros, informar sobre lo que la gente lleva en la calle“. Con ello se distingue de otros célebres expertos de la vida cotidiana como el fotógrafo alemán August Sander, con su colosal serie de retratos “Hombres del siglo xx (1925), o del mencionado Bill Cunningham. La obra de estos fotógrafos tiene siempre una pretensión, más que periodística, científica: no sólo registrar la realidad sino ante todo documentarla, clasificarla y, en última instancia, hacerla comprensible. Schuman, por el contrario, sólo quiere captar su propio acercamiento romántico a lo que ve en la calle. Sea lo que sea que eso signifique, es obvio que funciona. Uno mira las fotografías, las observa de nuevo, las analiza, sonríe y se deja asombrar. Y siempre con la sensación feliz: estas personas no son tan especiales, uno se las podría encontrar en la calle cualquier día.

Casi ninguna imagen muestra víctimas o expertos de la moda, bellazas exóticas o gente 'excéntrica'. Son personas bastante normales, las que expone Schuman: una anciana con un abrugo azul y un vestido a cuadros, un macho fumando salido de alguna novela de Murakami, un niño español en vestido de domingo, una motociclista insoportablemente atractiva. Y eso precisamente es lo que hace al Sartorialist fascinante: se trata de la belleza cotidiana, de cuán fácil puede ser, en cualquier calle, descubrir belleza. A reconocerla y, por qué no, a atreverse a producirla a eso nos animan estas fotografías.


Las fotos de Schuman, que también aparecen regularmente en revistas como GQ, Vogue o Interview, han sido expuestas en el Museo Victoria and Albert en Londres y el Mueso Metropolitano de Fotografía en Tokio, entre otros. Y sus libros han dado pie a una ola lucrativa en el mundo de la moda, a saber: la publicación de imágenes provenientes de blog de moda en libros sobre moda. Dos ejemplos son las versiones impresas de los blogs Style Diaries: World Fashion from Berlin to Tokyo y Facehunter (2010).

Todas las imágenes que aparecen en los dos volúmenes del Sartorialist aparecen también en el blog. Y sin embargo, su publicación en forma de libro parece conferirles una realidad, un peso, que no tienen en la pantalla. Desde hace varios años, el primer volumen es un verdadero objeto de culto, y muy seguramente el segundo también lo será en poco tiempo: la edición limitada del primer libro cuesta ya 400 euros, la del segundo (aún) 170. ¿Qué nos dice esto acerca del futuro del libro impreso? No tenemos la menor idea. Las fotografías contenidas en estos libros son en todo caso, como las de los soberbios desfiles de moda en París, una escuela para el ojo. Solo que ellas nos ensenan a descubrir formas de la belleza que están en cualquier esquina. Y nos recuerdan también una forma del placer que aquellos acostumbrados a hablar, escribir, reflexionar, a romperse la cabeza, olvidan a menudo: el placer de ver.