Con el fin del mundo tan de moda, quería ensayar aquí un elogio del 2012. Pero el tema del blog obliga. Así que no viene un discurso apocalíptico, sino la reseña del magnífico libro To Die For: Is Fashion Wearing Out the World? [Como para morirse: ¿está la moda desgastando el mundo?] (Londres: Harper Collins, 2011) de la periodista inglesa Lucy Siegle. El tema: los efectos secundarios éticos y ecológicos de la actual industria de la moda y lo que podemos hacer contra ellos.
La historia de lo que hoy en día una prenda de ropa cualquiera oculta tras de sí ha sido contada mil veces. Son ya famosos los miserable salarios y condiciones de trabajo de los países en que se producen, por ejemplo, las ridículamente baratas camisetas de H&M; las sustancias tóxicas que nuestra ropa y calzado contienen; en fin, la cultura criminal –y desde hace varias décadas, universalmente dominante– de ‘comprar, tirar, comprar’.
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La ‘catástrofe’ tiene lugar en varios ámbitos. Algunos de ellos a modo de aperitivo:
Los verdaderos ‘fashion victims’. Los de siempre: las mujeres y los niños de los países productores (India, Bangladés, China y, claro está, varios países latinoamericanos, cuyas maquilas, en especial las maquilas mexicanas, han alcanzado con mucha razón un buen grado de mala fama en los últimos años). El retrato de Siegle es el acabose usual: pagos malos hasta inexistentes, horarios de trabajo de siete días a la semana, diecisés horas diarias, amenazas o pérdida del trabajo en caso de enfermedad, golpes, acoso sexual, prohibición de sindicatos, muerte regular de trabajadores (si es que es posible hablar de ‘trabajadores’ en este contexto) en incendios en las fábricas... En el 2007 el Observer dio a conocer un informe según el cual Gap empleaba a niños en India bajo condiciones brutales. Lo mismo se ha informado y se sigue informando sobre otras empresas de moda de todos conocidas.
Como consecuencia de estos escándalos surgieron los llamados ‘Códigos de conducta’ que reglamentan el comportamiento ético de las empresas y con las que prácticamente cada consorcio presume en su página web: ¡progreso! – No tanto, como los reportes de la CCC (Clean Clothes Campaign) y otras organizaciones internacionales dan a conocer regularmente.
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La industria del cuero. Como bien lo intuyen los habitantes de la capital colombiana que se atreven a visitar el otrora existente río Bogotá, cuyas aguas sirvieron de inodoro durante décadas a las curtiembres locales, esta industria es “uno los sistemas más contaminantes que la humanidad ha podido concebir” (p. 199). [Al respecto una noticia ‘optimista’.] Siegle ofrece dos estudios de campo: la muerte biológica del río Ganges, en el cual acaban 1,2 millones de metros cúbicos de aguas residuales cada día (el aporte de las cerca 2,100 curtiembres indias es exquisito: toneladas de manganeso, cromo, azufre, plomo y cobre), y la deforestación del Amazonas. Según los datos de Siegle, desde 1970 ha desaparecido una quinta parte de selva virgen: entre un 65% y un 70% como consecuencia del aumento de la ganadería. [Y aquí otra noticia optimista.]
El embuste de la ropa de segunda mano. Desde mediados de los años noventa, el mercado textil africano está dominado por la ropa de segunda mano donada en países industrializados. En el Reino Unido aproximadamente 300,000 toneladas de ropa usada son donadas cada año. En Alemania se trata de 700,000 toneladas. Al menos un 50% del total termina en África. El resultado de esta generosidad global es, claro está, todo menos generoso: la bancarrota de la industria textil africana. En Nigeria, alguna vez el mayor productor textil de la región subsahariana, y en Tanzania, desaparecieron entre 1995 y 2005 alrededor de 80,000 puestos de trabajo en la rama textilera. Aquí un documental algo tremebundo sobre el tema.
Aparte de estos casos particulares, Siegle llena páginas y páginas de datos sobre contaminación ambiental, contaminación del agua (8,000 litros de agua son usados para producir un par de jeans, etc.) o el destino de los animales usados para la producción de seda, lana, pieles y cuero. Todo bastante deprimente.