3.08.2012

Moda y apocalipsis (2)

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¿Quién tiene la culpa? Esa, claro está, es una pregunta retórica, la respuesta es obvia: ¡nosotros! ¿Quién más? Siegle se concentra sin embargo en sólo un lado de ese pronombre: en los grandes consorcios de la moda.

Siegle llama a su enemigo ‘Big Fashion‘. Se trata de nombres conocidos: Primark, Zara, H&M, Gap, Esprit... Ellos representan lo que ‘moda’ es hoy en día, sus atributos son la definición misma del sueño de la moda: variación cada vez más rápida a través de colecciones fugaces (Zara produce cerca de 12,00 diseños por año, el demencial lapso entre diseño y oferta en las tiendas no supera cuatro semanas), precios bajos y la más veloz identificación o acaso: la invención, de lo que queremos llevar. A esto se le suman facturaciones enormes, que claramente (y con esto nos acercamos al quid del asunto) son el resultado de una especie de comportamiento adictivo por parte de los consumidores de moda. Para una muestra algo bochornosa, oprimid este botón:


De modo paralelo a la industria de la Big Fashion –que no tiene más de veinte años– se ha desarrollado un nuevo tipo de consumidor. Corresponde al Homo consumericus de los sociólogos, que entró en escena más o menos en los años setenta (así hoy en día nos resulte difícil pensar que hubo un tiempo en que no existía). En La felicidad paradójica: un enyaso sobre la sociedad del hiperconsumo (2006), el filósofo francés Gilles Lipovetsky define este tipus moderno así: “una especie de turboconsumidor desatado, móvil y flexible, que se ha liberado de las antiguas culturas de clase y posee un gusto imprevisible. Un hiperconsumidor en búsqueda de experiencias emocionales y más bienestar”. El Homo consumericus del mundo de la moda, con sus principios básicos: más rápido-más barato-más-siempre nuevo, es un caso particularmente fascinante y representativo del ‘nuevo hombre’ de la sociedad de consumo.

De esta encantadora constelación surge, pues, el desastre. ¿Qué hacer? 

Sin duda existen retoños interesantes en el mundo de la Big Fashion, como el Eco-Index –que emplea lineamientos ecológicos e indicadores de comportamiento para medir los efectos ecológicos de productos– o artículos como, digamos, el  Air Jordan XX3 de Nike o los Water<Less-Jeans de Levi‘s. De hecho, hoy apenas si existen marcas de moda que no pregonen ab imo pectore la divisa del mercado preferida del siglo XXI: ‘¡Sostenibilidad!’ 

Por desgracia, como Siegle explica, no existe nada más fácil para una marca de moda que llamar a sus colecciones ‘green’ o conscious, sin tener en cuenta aspectos relevantes de una producción auténticamente sostenible. En resumen: ‘moda ecológica’ no siempre es moda ecológica: aún hacen falta controles y sellos que certifiquen efectivamente el llamado ‘compromiso social-ético’ de  las empresas. Y más importante, también hace falta una conciencia más terca por parte de los consumidores. Por este motivo, las esperanzas de Siegle se dirigen justamente a los compradores de moda.

Sus propuestas para alcanzar el ‘armario perfecto’ se resumen en un lema:  “Matching your Aesthetics to Your Ethics” [Emparejar nuestra estética con nuestra ética] (p. 237). Su contenido: comprar de forma más consciente (examinar con “mirada crítica las referencias éticas de toda pieza de ropa [p. 236]); comprar menos (“shopping with a plan”: comprar solamente lo que asegure un “armario socialmente justo” [p. 99]); comprar en otra parte (“quiero que gasten su dinero ganado con el sudor de su frente de forma sensata y no lo lancen al hoyo negro del ciclo de comprar-y-tirar de Big Fashion” [p. 100])...

Es comprensible que Siegle se dirija a los compradores de moda: el sistema de la ‘gran moda’ no va a cambiar espontáneamente sin presión de los consumidores. Pero el método de Siegle también es ingenuo.

La lúgubre Big Fashion de Siegle ha logrado hábilmente, al menos en los países industrializados, hacer que barato sea ‘sexy’. Se trata ahora de hacer que ‘verde’, ‘bio-’, ‘ético’ o como se lo quiera llamar, sea ‘sexy’. Eso quizá sea fácil. Pero para los consorcios también se trata de seguir siendo competitivos, es decir, capaces de seguir creciendo, es decir, hoy en día: baratos. ¿Es eso posible? Claro, también se pueden dirigir los esfuerzos a hacer explotar el sistema y a animar a los compradores a gastar menos (o a comprar menos moda barata). ¿Pero es eso posible?

Compradores durante la acción ‘¡Entra casi desnudo, sal vestido!’ (España)
El problema no es la falta de información. Todos sabemos (en la medida en que no lo sabemos) de dónde proviene nuestra ropa. Es entonces dudoso que en este sector la apelación a nuestra racionalidad pueda ser particularmente efectiva. Al final permanece cada uno de nosotros solo con su conciencia. ¿Y qué se puede esperar de ello? En un artículo sobre Primark, la famosa tienda de moda inglesa, la revista alemana brandeins cita a un comprador promedio:

“‘¿De dónde vienen las cosas? Claro que uno se pregunta eso’ – dice y lanza una mirada dentro de la bolsca de plástico. Imposible descartar que incluso de trate de trabajo infantil. ‘Pero lo siento, soy estudiante, y necesito que sea barato’”...

Ahí está. 

En algún lugar de su libro Siegle escribe sobre el sistema de la ‘gran moda’: “Es un sistema enfermo. Uno incluso podría definirlo como podrido” (p. 79). Pues bien, esta es, desde hace algunos años, la conclusión constante de todo lo que tiene que ver con la producción, la venta y la compra globalizadas...

Con lo cual esta historia parece desembocar en una (¡muy a la moda!) crítica de la globalización, del ‘dominante orden capitalista’, de la ciega ‘clase consumidora globalizada’, etc.

Así que a fin de cuentas sí me resultó un discurso apocalíptico. ¡Feliz resto de 2012!!!