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Hombres de verdad verdad - sin barba (Foto: Volker Hinz, 1977, teuloff.net) |
[Publicado originalmente en: sentiido]
Ahora son los hombres los que quejan. En Alemania, hace algunos meses un artículo titulado “Los hombres adoloridos” (alemán: “Die Schmerzensmänner”), publicado por la periodista Nina Pauer en el semanario Die Zeit, protestaba por la falta de hombría de los hombres contemporáneos. Según la autora, el hombre joven actual ha “perdido su rol” y se encuentra sumido en una crisis de identidad, trágica, profunda e insufrible.
Tras décadas de
emancipación femenina y de ser bombardeados, al menos en el mundo occidental (o
al menos en algunos países del mundo occidental, o al menos en la imagen que
algunos países occidentales, como Alemania, tienen de sí mismos), por la
exigencia de ser comprensivos, reflexivos, respetuosos y considerados, los
hombre de hoy (sostiene Pauer) han terminado convertido en seres tiernos,
melancólicos y obsesionados consigo mismos. Estos cándidos engendros de la
sociedad ilustrada (sostiene la autora) son incapaces de tomar una decisión
clara –desde “besar a la chica” tras seis horas de charla filosófica en un bar,
hasta decidir entrar en una relación estable– sin antes discutirlo extensa y
minuciosamente, todo en medio de largas pausas de silencios dubitativos y
miradas al techo, con sus contrapartes femeninas y/o con sus propias cabezas
desasosegadas.
Según la
explicación habitual, los culpables de este evolución lamentable son: la
presión externa, la pérdida del rol hegemónico que los hombres habían mantenido
hasta hace algunos años en la familia, la sociedad y el mundo laboral (una
pérdida de rol aparente, pues para mencionar solo un ejemplo: en todo el mundo
los hombres siguen ganando más que las mujeres), y quizá también la reacción,
consciente o inconsciente, contra la imagen del hombre que vastas alas del
feminismo y muchos medios divulgan, a saber: la imagen del hombre como amenaza.
Habrá quienes
piensen que Pauer tiene razón y agachen la cabeza y suspiren al reconocerse en
su descripción de este pusilánime homo
novus. Habrá quienes nieguen la existencia del hombre frágil o su
pertenencia a esa presunta nueva casta de enclenques comprensivos, y prometan
aclarar el asunto a golpes la próxima vez que vean a la periodista en la calle.
En Alemania, los reproches de Pauer produjeron una larga serie de
contra-protestas (no solo de sensibilidades masculinas heridas), réplicas,
réplicas a esas réplicas, reproches contra la mujer contemporánea (supuestamente dura, pragmática y… obsesionda
consigo misma) y respuestas a esos reproches. Más que solucionar el problema
inicial (suponiendo que un aumento en el nivel de comunicación y crompensión
por parte de los hombres sea en realidad un problema), las vehementes
reacciones a la frustración de la periodista parecían demostrar que no solo el
hombre, sino todos los representantes de los variados géneros que habitan esta
Tierra, estamos algo perdidos, obsesionados con nosotros mismos y nos
preguntamos entre tres y doscientas veces a la semana: ¿y qué quiero?, ¿y quién
soy yo?
“Dios adornó a los hombres como leones, con una
barba”
Consciente de
la crisis que la imagen del hombre al parecer experimenta hoy día, el Museo de
Arte Letos de Linz, en Austria, ha decidido dedicar su atención a lo que ha
sido llamado “el segundo gran marcador de masculinidad”: la barba. El nombre de
la exposición que entre el pasado octubre y febrero del próximo año se
presentará en aquel museo es “La barba como símbolo”, y su objetivo es examinar
el simbolismo contenido en el pelo facial y las diferentes formas que éste
puede adquirir dependiendo del gusto (o el mal gusto) de su portador.
La barba es un
productor de significados incontables y discordantes. Está, como explican los
curadores de la muestra, “el pelambre descuidado de los «salvajes» y los
sin-clase”, contrapuesto a “la barba acicalada”, considerada durante siglos “un
símbolo de poder, dignidad y sabiduría”. Y hoy en día, sostienen “la barba es
ante todo un recurso de la expresión personal”.
También
histórica y culturalmente no existe acaso un accesorio masculino cargado de
mayor simbolismo que la barba. Entre otros cientos de casos nombrados por los
eruditos de la barba –por ejemplo por Allan Peterkin en One Thousand Beards. A Cultural History of
Facial Hair (2001)– tenemos la llamada “barba de los filósofos”, que el
pensador estoico Epicteto consideraba un objeto sagrado; la barba que en la
antigua India los hombres prometían en garantía al solicitar un préstamo; la
barba que los espartanos cortaban a quienes consideraban cobardes; la barba
sobre la que el libro de Levítico 19:27 ordena: “no dañaréis la punta de
vuestra barba”; la barba con que las tres grandes religiones monoteístas
imaginan a prácticamente todos sus “grandes hombres”, Moisés, Abraham, Jesús,
Mahoma etc.; la barba con la que el noventa por ciento de los mortales nos
imaginamos a Dios; la barba de Fidel Castro, Ernesto Guevara, Camilo
Cienfuegos; la barba con la que la serie de televisión “Mad Men”, sobre una
agencia de publicidad de Manhattan en la década de los sesenta, representa a un
publicista particularmente “liberal” (que algunos capítulos más tarde vemo
–aunque esta vez sin barba– convertido en un hare krishna nervioso); la barba
de Osama Bin Laden y sus secuaces; la barba que a inicios de 2012 una facción
rebelde de una comunidad ‘amish’ en Ohio, Estados Unidos, cortó a varios
miembros del grupo motivados por diferencias religiosas y que produjo
escandalosos procesos jurídicos; la barba viril con la que los creadores de
“nuevas tendencias” intentan contraponerse a los rostros afeitados que
predominaban en el mundo de la moda y el espectáculo de hasta hace pocos años;
la barba que –con acaso una
excepción: Luiz Ignácio Lula da Silva– practicamente la totalidad de
presidentes de países “occidentales” no
llevan (¿qué puede significar esto?). Los artistas y curadores de “La barba
como símbolo” tienen, pues, bastante material con el cual trabajar.
Ahora bien, la
pregunta candente es: ¿sabremos, por fin, qué cosa es el hombre contemporáneo,
aquel ser adolorido, enigmático e introvertido de la mencionada periodista
alemana, cuando sepamos qué cosa son, qué significan, qué quieren decir, sus
barbas?
Es improbable.
Pues los hombres, tan indecisos y dubitativos como nos describe la decepcionada
columnista, tampoco en este
importante punto hemos logrado llegar a un acuerdo concluyente. Así, el padre
de la iglesia Clemente de Alejandría predicaba en el siglo ii d.C.: “¡Cuán femenino es para un
hombre peinar sus cabellos y afeitarse con una cuchilla...! Pues Dios deseó que
las mujeres fueran lampiñas y se regocijaran con sus cachumbos, como un caballo
con su melena. Pero adornó a los hombres como leones, con una barba, que creó
como atributo de masculinidad”. Por el contrario, el filósofo alemán Arthur
Schopenhauer, quien jamás dejó crecer un pelo en su rostro, llamaba a la barba
un “síntoma de la brutalidad creciente”, que indica que “la masculinidad, que
se tiene en común con los animales, se prefiere por encima de la humanidad”,
queriendo ser primero hombre, y luego ser humano”. Y una entrada reciente de la
Wikipedia nos informa con precisión científica: “La comunidad de «osos» es una subcultura dentro de la comunidad gay. Se considera osos a los hombres gay de cuerpo
fornido y con vello facial y corporal. Los osos exhiben una actitud masculina, rehuyendo generalmente del
estereotipo de homosexual afeminado”. Todo sigue siendo muy enigmático en el
universo masculino.