10.17.2013

Angela Merkel: madre de Alemania

[Publicado originalmente en: Revista Diners
Mamá
(Foto: CC Armin Linnartz)
 
“La mujer más poderosa del mundo”, “La reina de Alemania”, “La hija de Hitler”, “La líder más valiosa de Europa”, “La líder más peligrosa de Europa”, “La chica de hierro”, “Merkelator”: son solo algunos de los sobrenombres de la canciller alemana Angela Merkel. Desde su llegada al poder en el 2005 Merkel se ha convertido en la política más famosa –respetada y detestada– del planeta y, para bien o para mal, en un personaje indispensable en Alemania y en Europa. Esta mujer impasible y algo insípida, cuya infancia transcurrió en una ciudad insignificante de la desaparecida Alemania Oriental, quien diez años tras la caída del Muro de Berlín en 1989 había alcanzado la cima de la CDU, la Unión Demócrata Cristiana de Alemania –el gran partido de centro-derecha del país, dirigido hasta entonces por una camarilla de hombres soberbios de Alemania Occidental–, y quien ha sido ratificada como canciller tres veces por los alemanes (la última vez hace pocas semanas), no solo es considerada la mujer más importante del mundo, sino además es hoy una figura sobre la que individuos y naciones enteras proyectan sus deseos y sus frustraciones.

Desde que la importancia de Merkel se hiciera evidente hace años, los medios internacionales se preguntan obsesivamente: ¿Cómo piensa Merkel? ¿Cómo se ve el interior de quien muchos (haciendo honor a prejuicios típicos sobre las mujeres poderosas) han acusado de ser insensible y calculadora? ¿Quién es realmente esta mujer?

Sobre Angela Merkel lo sabemos todo y no sabemos nada. Sabemos que nació en Hamburgo, en la República Federal de Alemania, en 1954 bajo el apellido Kasner, que su padre era pastor evangélico y su madre profesora de latín e inglés. En el año de su nacimiento la familia se estableció en la República Democrática Alemana (RDA), en Templin, una pequeña ciudad cerca de Berlín Oriental. De 1973 a 1978 la futura política estudió Física en Leipzig. En 1977 se casó con Ulrich Merkel (de quién se divorció en 1981), y de 1978 a 1989 trabajó en la Academia de las Ciencias de la RDA, donde conoció a su segundo y actual esposo, el químico Joachim Sauer –que se ha hecho famoso por hacer como si no existiera– y escribió una tesis doctoral sobre “El mecanismo de reacciones de descomposición con escisión simple y cálculo de  sus constantes de velocidad”. Hasta 1989, pues, Angela Merkel llevaba la vida de una científica altamente especializada y no pertenecía al partido socialista oficial ni a ninguno otro.

Todo cambió ese año. Poco después de la caída del Muro, Merkel empezó a colaborar con el movimiento de oposición “Despertar Democrático” y en 1990, el año de la Reunificación Alemana, ingresó a la CDU, lo cual dio inicio a una especie de cuento de hadas para burócratas: de objeto de burlas de los machos de la CDU (por ser una mujer de la antigua Alemania Oriental de apariencia poco apetecible) a líder absoluta. Entre 1991 y 1998 trabajó en el gabinete del canciller Helmut Kohl como Ministra para la Mujer y la Juventud, después del Medio Ambiente, luego fue secretaria general, jefe del partido, y del 2002 al 2005 líder de la oposición durante el gobierno del socialdemócrata Gerhard Schröder. En el año 2005 llegó por fin su gran hora, que continúa hasta el presente, cuando fue elegida canciller de los alemanes: primera mujer, primera persona proveniente de RDA, primera científica en el poder. La hazaña se repitió en el 2009 y por tercera vez a finales de septiembre pasado.

A pesar de que los momentos estelares de su vida ejemplar han sido descritos hasta el cansancio, la canciller sigue siendo una personalidad nebulosa y sus convicciones, pasiones y antipatías no solo difíciles de catalogar, sino ya de entrever. Es famoso su aprecio por los Estados Unidos, por Rusia y, hasta que la política de los asentamientos tomó proporciones atrevidas, por Israel. Se sabe de sus conflictos con China, motivados por el temor de que Alemania pierda su posición de campeón exportador. Su dureza frente a los países más golpeados por la crisis europea, Grecia, España, Portugal e Italia, es bien conocida. Pero Merkel misma no deja de ser un par de lugares comunes. Como escribió la periodista Julia Encke, “lo que sabemos se reduce a un limitado repertorio de historias que divulga a través de sus voceros… Son historias entretenidas, pero siempre las mismas, controladas en detalle”. Ante todo son historias vacías, como la de que teme a los perros desde que uno la mordiera en 1995 o que le gusta cocinar sopa de papa para su marido…

El mejor modo de acercarse a Merkel es observando su significado para Europa y Alemania, así como su estilo de gobierno, que le ha otorgado aprecio y un desprecio masivos. Stefan Kornelius, autor de Angela Merkel. La canciller y su mundo (2013), sostiene que la crisis europea ha sido el mayor reto y la mayor oportunidad de la canciller de afirmarse en Europa y de practicar uno de sus talentos: examinar con fría racionalidad todas las opciones frente a un dilema –la salida de Grecia de la UE, la emisión de eurobonos etc.– y decidirse por la que considera la mejor, aceptando críticas feroces o a sabiendas de que sus decisiones le costarán el trabajo a miles. La crisis le ha permitido a esta mujer terca y ambiciosa encontrar una misión histórica –mantener a Europa “viva”, cueste lo que cueste–, cuyo desenlace solo se conocerá en años. Si bien la exigencia de brutales recortes estatales a los países en crisis a cambio de apoyo económico le ha ganado odio, también la ha convertido en una líder poderosa, a quien cualquier decisión sobre el futuro europeo debe tener en cuenta.

Por lo demás, Merkel se ha convertido para millones de personas en el rostro más representativo de la Alemania actual. Y mientras que los países en crisis tienen una imagen desastrosa de ella, parecería que a sus compatriotas la canciller les da aquello que el alemán promedio anhela con vehemencia infinita: seguridad. Por eso, desde hace algún tiempo a los alemanes les ha dado por llamar a Merkel, en una mezcla de sorna y cariño, “Mutti”: “mamá”, pues nadie como ella ha sabido darles la impresión de que su mundo se encuentra en orden y, por encima de todo, que seguirá estándolo, que las cosas no tienen porqué cambiar.

Para lograr esto Merkel ha empleado estrategias que dan fe de su carácter. Por una parte, como un barómetro que percibe los mínimos cambios en la sensibilidad política y social de los alemanes, se ha apropiado en el momento adecuado de las causas de los otros partidos –la lucha por el matrimonio homosexual, el rechazo de la energía nuclear o del aumento de impuestos etc.–, neutralizando genialmente a sus oponentes. Por otra parte, Merkel ha llevado a la perfección el arte de la ambigüedad, de no atarse a una ideología (Kornelius la llama una “política post-política”), de mantenerse flexible, inaprensible, de ser un poquito de cada cosa: conservadora, liberal, protectora del medio ambiente. Esto se observa bien en su retórica: es prácticamente imposible saber qué piensa Merkel en verdad sobre el futuro de Grecia, sobre el control de información privada por parte del gobierno estadounidense, sobre una posible intervención en Siria. Cada uno de sus discursos es una colección de conceptos abstractos: “confianza fundamental”, “responsabilidad”, “esfuerzos conjuntos”.

El filósofo Jürgen Habermas llamó al estilo de Merkel “un darle-vueltas-a las cosas tranquilista”. Y el líder socialdemócrata Franz Münterfering dijo alguna vez: “Jamás conocí a un político que haya llegado tan lejos sin tener un programa político”. Y sin embargo, o justamente por todo ello, Angela Merkel fascina a sus compatriotas. Su política fiscal estricta y su adopción de las reformas laborales de su antecesor socialdemócrata han dado a Alemania una fuerza económica envidiable. Y como muestran los resultados de las últimas elecciones, que la establecen una vez más como líder inamovible, gran cantidad de alemanes, en vez de considerar irritante o riesgosa la falta de claridad de su discurso, reaccionan más bien como el analista radial quien hace poco llamaba a la nebulosidad de Merkel una “calma fenomenal”… Los medios alemanes describen a Merkel una y otra vez como una persona modesta, de voluntad fuerte, racional, un poco tosca, prudente, ecuánime, que detesta el escándalo y ser el centro de atención; según un antiguo colega la canciller es “disciplinada como una abeja, posee altas capacidades analíticas y es capaz de construir estructuras dentro del caos”. Viéndolo bien, todos estos apelativos parecerían referirse, más que a la mujer real Angela Merkel, a la forma en que los alemanes conciben la virtud y quisieran imaginarse a sí mismos.

Cuánto tiempo más durará la fascinación que la personalidad maternal y ambigua de Merkel provoca en los alemanes, y en qué medida su política de austeridad tendrá efectos beneficiosos de largo plazo para Europa, es incierto. Una cosa es indudable: Angela Merkel, alemana y acaso también europea ejemplar, ocupa ya un lugar notable en la historia contemporánea de su país y de toda Europa.



6.25.2013

“¡Claro que temo a los zombis, son la plaga global!”

Una charla con Max Brooks, experto en zombis

[Versiones de esta charla aparecieron en Revista Semana, junio 29, 2013 y Semana.com]

Max Brooks recomienda: "Ante todo, hay que evitar entrar en pánico".



Los zombis están de moda. Las sangrientas y bizarras historias de cadáveres carnívoros viven actualmente su renacimiento. El exitoso escritor Max Brooks, hijo del comediante estadounidense Mel Brooks, es el autor del libro del momento: Guerra Mundial Z, que cuenta sobre las desastrosas consecuencias de una plaga zombi global. La millonaria adaptación cinematográfica del libro, protagonizada por Brad Pitt, llega esta semana a los cines. A continuación, una charla con Max Brooks sobre muertos vivientes, alegorías políticas y el fin del mundo.


Mr. Brooks: ¿qué es exactamente un zombi?

En pocas palabras, un zombi es un cadáver viviente sin mente, sin capacidades intelectuales, que intenta comerse a los seres humanos.



¿Por qué quieren comernos los zombis?

Creo que para expandir el virus que los ha hecho zombis, y así crear más zombis. Aunque a decir verdad no creo que se pueda decir que los zombis “quieren” alguna cosa.



Sus libros sobre zombis se vuelven automáticamente best-sellers. Sus conferencias en los Estados Unidos siempre están llenas, y quien en estos días tiene una pregunta sobre zombis, acude a usted. ¿Cómo se siente ser el experto en zombis más famoso del mundo?

Hay muchas otras personas en el mundo que están muy bien informadas. No sé si soy un gran experto en zombis, eso que lo decidan otras personas. Pero sí hay algo que puedo decir con completa confianza: soy un gran nerd obsesionado con los zombis.



Justamente a causa de esa obsesión, ¿no piensa su familia que usted es un tipo muy extraño?

Vengo de una familia de artistas. Para nosotros, “un tipo extraño” es un término bastante relativo.

Su primer best-seller, la Guía de supervivencia zombi, es algo así como una enciclopedia universal sobre muertos vivientes. El libro examina la naturaleza y la historia de los muertos vivientes, desmiente mitos y explica cómo tratar, y liquidar de una vez por todas, a los zombis. ¿De dónde surgió la idea del libro? 
Escribí la Guía de supervivencia por la sencilla razón de que tenía miedo de los zombis. Quería saber qué eran exactamente, cómo combatirlos. Pero nadie había escrito al respecto. Así que decidí hacer el trabajo sucio yo mismo.

Mucha gente piensa que la Guía de supervivencia zombi es un libro humorístico.
¡Por nada del mundo! ¿Está loco? ¿Qué se supone que es lo gracioso de intentar sobrevivir una plaga mundial zombi? Hay que ser un individuo enfermo, una persona pervertida, para pensar que cadáveres vivientes que comen carne humana pueden ser “humorísticos”.

Así que usted realmente le teme a los zombis…
¡Por Dios, claro que les temo! ¡Son la plaga global! Son bestiales. No se puede negociar con ellos. Lo único que les importa es comernos. Y van a venir por ti no de uno a uno, sino por millones. Ficción o no, un escenario así es sencillamente aterrador.

Los zombis son únicos en la cultura popular: no tienen conflictos internos, no se enamoran, no odian. Es simplemente imposible identificarse con ellos. Y sin embargo: el género vende. Cuando apareció la Guía de supervivencia zombi en el 2003, sus editores dijeron que a nadie le interesaría un tema tan extravagante. Pocos meses después, el libro ya había vendido más de un millón de copias solo en los Estados Unidos. Su segundo best-seller, Guerra Mundial Z, acaba de ser adaptado al cine con Brad Pitt. La serie de televisión “Los muertos vivientes” (“The Walking Dead”) es vista cada semana por millones de personas. Y por todas partes manuales sobre zombis, cómics, novelas. ¿Qué es lo fascinante del género de zombis?
Creo que se trata de una forma segura en que la gente puede explorar sus ansiedades –las cuales por cierto son muy reales– sobre el fin del mundo. Vivimos en tiempos que dan miedo, en una crisis generalizada y la gente no sabe muy bien qué va a traer el futuro. Las historias de zombis nos permiten imaginar cómo podría ser el final del mundo. Pero ya que se trata de zombis y no de un ataque terrorista a escala mundial, de una guerra nuclear o de SIDA, podemos sin embargo dormir tranquilos en la noche.

¿Y dado que la gente piensa demasiado en el fin del mundo es que las historias de zombis han regresado justo ahora, después de años de historias sobre vampiros enamorados y niños magos?
Yo creo que así. Piense en lo siguiente: los zombis fueron muy populares en los setenta, durante los peores años de la Guerra Fría, cuando la gente en Estados Unidos y en Europa se sentía insegura sobre su futuro. Los zombis luego desaparecieron durante los años ochenta y noventa cuando, al menos en Occidente, las cosas volvieron a ser “normales”. Y ahora, con todos los cataclismos de los últimos doce años, desde los ataques a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001, los zombis están rugiendo de nuevo.

Cuando uno piensa en la fiebre zombi de los años setenta, el primer nombre que se le viene a la cabeza es George A. Romero y sus películas clásicas como la “Noche de los muertos vivientes” de 1968. ¿Qué piensa de Romero?
George A. Romero es el dios de los zombis. Romero reinventó el género de zombis moderno y escribió, por así decirlo, el guión cultural de los muertos vivientes para todo el siglo xx. Sin Romero no habría habido un renacimiento del género.

Para muchos las películas de Romero son alegorías políticas que critican el racismo, el capitalismo excesivo o la obsesión con la guerra en los Estados Unidos. ¿Qué piensa sobre esto?
Estoy de acuerdo con esta interpretación. Lo que hace a Romero tan fascinante es su capacidad de inyectar un comentario social en todo lo que hace. Eso también vale para sus películas. A mí me gustan las historias que hablan sobre “la gran imagen” de la sociedad actual, historias que muestran por qué es necesario pensar para actuar. Y cuando se trata de reflexionar sobre la condición humana, Romero es un experto.

¿También tienen sus propios libros un interés político?
No sé si lo llamaría “político”, pero como dije, me gusta pensar sobre qué nos hace ser como somos. Y creo que las historias sobre zombis son menos sobre los muertos vivientes que sobre nosotros mismos.

Guerra Mundial Z es la crónica de la guerra que se inició a finales del siglo xx tras una plaga planetaria zombi, y que encontró al mundo completamente desprevenido. Al principio había solo algunos casos aislados, personas en pueblos lejanos de la China o de África que se habían transformado en cadáveres que despedazaban e infectaban a quien pudieran. Pocos meses después la epidemia se había extendido por todo el mundo y el resultado un caos mundial que por poco acaba con la humanidad. ¿Estamos preparados actualmente para una plaga de esa magnitud?
Eso depende del país. Le puedo decir con confianza que, al menos en los Estados Unidos, Barack Obama haría todo lo posible para protegernos, tanto de los zombis como de nuestra miopía y nuestras supersticiones. Ahora, respecto a su país, dígame usted: ¿están preparados?

Mejor no hablemos de eso. Para terminar, un par de consejos prácticos desde su posición de experto. ¿Qué es la primera cosa que va a hacer cuando los primeros zombis empiecen a comer gente?
Parar lo que estoy haciendo, respirar profundo, y pensar. Como los ingleses dicen: “Mantener la calma y seguir avanzando”.

¿Y qué se debe evitar definitivamente en caso de una plaga zombi?
Ante todo, hay que evitar entrar en pánico. Le puedo asegurar una cosa: la histeria va a matar a muchas más personas que los mismos zombis.
  
Max Brooks trabajó como guionista del programa de televisión "Saturday Night Live“ antes de empezar a escribir sobre zombis. Sus libros: "Zombi - Guía de supervivencia", Córdoba: Berenice, 2008, y "Guerra Mundial Zombi", Córdoba: Almuzara, 2008.
Tráiler de "World War Z“/"Guerra Mundial Z".
La entrevista la realizó Hernán D. Caro.

Rolf Berz 2012

11.26.2012

El hombre actual: su dolor, su barba


Hombres de verdad verdad - sin barba (Foto: Volker Hinz, 1977, teuloff.net)

[Publicado originalmente en: sentiido]

Ahora son los hombres los que quejan. En Alemania, hace algunos meses un artículo titulado “Los hombres adoloridos” (alemán: “Die Schmerzensmänner”), publicado por la periodista Nina Pauer en el semanario Die Zeit, protestaba por la falta de hombría de los hombres contemporáneos. Según la autora, el hombre joven actual ha “perdido su rol” y se encuentra sumido en una crisis de identidad, trágica, profunda e insufrible.

Tras décadas de emancipación femenina y de ser bombardeados, al menos en el mundo occidental (o al menos en algunos países del mundo occidental, o al menos en la imagen que algunos países occidentales, como Alemania, tienen de sí mismos), por la exigencia de ser comprensivos, reflexivos, respetuosos y considerados, los hombre de hoy (sostiene Pauer) han terminado convertido en seres tiernos, melancólicos y obsesionados consigo mismos. Estos cándidos engendros de la sociedad ilustrada (sostiene la autora) son incapaces de tomar una decisión clara –desde “besar a la chica” tras seis horas de charla filosófica en un bar, hasta decidir entrar en una relación estable– sin antes discutirlo extensa y minuciosamente, todo en medio de largas pausas de silencios dubitativos y miradas al techo, con sus contrapartes femeninas y/o con sus propias cabezas desasosegadas.

Según la explicación habitual, los culpables de este evolución lamentable son: la presión externa, la pérdida del rol hegemónico que los hombres habían mantenido hasta hace algunos años en la familia, la sociedad y el mundo laboral (una pérdida de rol aparente, pues para mencionar solo un ejemplo: en todo el mundo los hombres siguen ganando más que las mujeres), y quizá también la reacción, consciente o inconsciente, contra la imagen del hombre que vastas alas del feminismo y muchos medios divulgan, a saber: la imagen del hombre como amenaza.

Habrá quienes piensen que Pauer tiene razón y agachen la cabeza y suspiren al reconocerse en su descripción de este pusilánime homo novus. Habrá quienes nieguen la existencia del hombre frágil o su pertenencia a esa presunta nueva casta de enclenques comprensivos, y prometan aclarar el asunto a golpes la próxima vez que vean a la periodista en la calle. En Alemania, los reproches de Pauer produjeron una larga serie de contra-protestas (no solo de sensibilidades masculinas heridas), réplicas, réplicas a esas réplicas, reproches contra la mujer contemporánea (supuestamente dura, pragmática y… obsesionda consigo misma) y respuestas a esos reproches. Más que solucionar el problema inicial (suponiendo que un aumento en el nivel de comunicación y crompensión por parte de los hombres sea en realidad un problema), las vehementes reacciones a la frustración de la periodista parecían demostrar que no solo el hombre, sino todos los representantes de los variados géneros que habitan esta Tierra, estamos algo perdidos, obsesionados con nosotros mismos y nos preguntamos entre tres y doscientas veces a la semana: ¿y qué quiero?, ¿y quién soy yo?

“Dios adornó a los hombres como leones, con una barba”

Consciente de la crisis que la imagen del hombre al parecer experimenta hoy día, el Museo de Arte Letos de Linz, en Austria, ha decidido dedicar su atención a lo que ha sido llamado “el segundo gran marcador de masculinidad”: la barba. El nombre de la exposición que entre el pasado octubre y febrero del próximo año se presentará en aquel museo es “La barba como símbolo”, y su objetivo es examinar el simbolismo contenido en el pelo facial y las diferentes formas que éste puede adquirir dependiendo del gusto (o el mal gusto) de su portador.

La barba es un productor de significados incontables y discordantes. Está, como explican los curadores de la muestra, “el pelambre descuidado de los «salvajes» y los sin-clase”, contrapuesto a “la barba acicalada”, considerada durante siglos “un símbolo de poder, dignidad y sabiduría”. Y hoy en día, sostienen “la barba es ante todo un recurso de la expresión personal”.

También histórica y culturalmente no existe acaso un accesorio masculino cargado de mayor simbolismo que la barba. Entre otros cientos de casos nombrados por los eruditos de la barba –por ejemplo por Allan Peterkin en  One Thousand Beards. A Cultural History of Facial Hair (2001)– tenemos la llamada “barba de los filósofos”, que el pensador estoico Epicteto consideraba un objeto sagrado; la barba que en la antigua India los hombres prometían en garantía al solicitar un préstamo; la barba que los espartanos cortaban a quienes consideraban cobardes; la barba sobre la que el libro de Levítico 19:27 ordena: “no dañaréis la punta de vuestra barba”; la barba con que las tres grandes religiones monoteístas imaginan a prácticamente todos sus “grandes hombres”, Moisés, Abraham, Jesús, Mahoma etc.; la barba con la que el noventa por ciento de los mortales nos imaginamos a Dios; la barba de Fidel Castro, Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos; la barba con la que la serie de televisión “Mad Men”, sobre una agencia de publicidad de Manhattan en la década de los sesenta, representa a un publicista particularmente “liberal” (que algunos capítulos más tarde vemo –aunque esta vez sin barba– convertido en un hare krishna nervioso); la barba de Osama Bin Laden y sus secuaces; la barba que a inicios de 2012 una facción rebelde de una comunidad ‘amish’ en Ohio, Estados Unidos, cortó a varios miembros del grupo motivados por diferencias religiosas y que produjo escandalosos procesos jurídicos; la barba viril con la que los creadores de “nuevas tendencias” intentan contraponerse a los rostros afeitados que predominaban en el mundo de la moda y el espectáculo de hasta hace pocos años; la barba que –con acaso una excepción: Luiz Ignácio Lula da Silva– practicamente la totalidad de presidentes de países “occidentales” no llevan (¿qué puede significar esto?). Los artistas y curadores de “La barba como símbolo” tienen, pues, bastante material con el cual trabajar.

Ahora bien, la pregunta candente es: ¿sabremos, por fin, qué cosa es el hombre contemporáneo, aquel ser adolorido, enigmático e introvertido de la mencionada periodista alemana, cuando sepamos qué cosa son, qué significan, qué quieren decir, sus barbas?

Es improbable. Pues los hombres, tan indecisos y dubitativos como nos describe la decepcionada columnista, tampoco en este importante punto hemos logrado llegar a un acuerdo concluyente. Así, el padre de la iglesia Clemente de Alejandría predicaba en el siglo ii d.C.: “¡Cuán femenino es para un hombre peinar sus cabellos y afeitarse con una cuchilla...! Pues Dios deseó que las mujeres fueran lampiñas y se regocijaran con sus cachumbos, como un caballo con su melena. Pero adornó a los hombres como leones, con una barba, que creó como atributo de masculinidad”. Por el contrario, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, quien jamás dejó crecer un pelo en su rostro, llamaba a la barba un “síntoma de la brutalidad creciente”, que indica que “la masculinidad, que se tiene en común con los animales, se prefiere por encima de la humanidad”, queriendo ser primero hombre, y luego ser humano”. Y una entrada reciente de la Wikipedia nos informa con precisión científica: “La comunidad de «osos» es una subcultura dentro de la comunidad gay. Se considera osos a los hombres gay de cuerpo fornido y con vello facial y corporal. Los osos exhiben una actitud masculina, rehuyendo generalmente del estereotipo de homosexual afeminado”. Todo sigue siendo muy enigmático en el universo masculino.

10.22.2012

Una escuela para el ojo: la fotografía de "The Sartorialist"

¿Qué tienen de especial los desfiles de moda de París?, le preguntan al legendario fotógrafo Bill Cunningham en el documental Bill Cunningham New York (2010). Cunningham, que con su cámara registra para el New York Times diligente, no: sistemáticamente, el acontecer del mundo de la moda desde hace sesenta años, responde en tono solemne, como si revelara un misterio bíblico: Porque París educa el ojo“.

Las fotografías del blog The Sartorialist de Scott Schuman también educan el ojo, si bien para descubrir un tipo de belleza un tanto diferente a la de los desfiles parisinos. En el año 2005 Schuman empezó a publicar fotos de personas y su ropa tomadas en las calles de Nueva York. En 2009 apareció un primer libro con imágenes del blog que para ese entonces ya era una dirección famosa, y se convirtió de inmediato en un éxito de ventas. Hace pocos meses apareció una nueva antología: The Sartorialist: Closer (Nueva York: Penguin, 2012). La nueva compilación reúne quinientas fotos de los años 2009 a 2012 tomadas en Nueva York, París, Florencia, Seúl, Madrid y Londres. Como ya el primer volumen, el segundo tiene la madera para convertirse en un clásico de la fotografía de moda contemporánea. Entretanto, The Sartorialist es la quintaesencia del blog de 'Street-Style', con catorce millones de visitas al mes.



Según aclara Schuman en el nuevo libro, su objetivo jamás fue, al modo de los reporteros, informar sobre lo que la gente lleva en la calle“. Con ello se distingue de otros célebres expertos de la vida cotidiana como el fotógrafo alemán August Sander, con su colosal serie de retratos “Hombres del siglo xx (1925), o del mencionado Bill Cunningham. La obra de estos fotógrafos tiene siempre una pretensión, más que periodística, científica: no sólo registrar la realidad sino ante todo documentarla, clasificarla y, en última instancia, hacerla comprensible. Schuman, por el contrario, sólo quiere captar su propio acercamiento romántico a lo que ve en la calle. Sea lo que sea que eso signifique, es obvio que funciona. Uno mira las fotografías, las observa de nuevo, las analiza, sonríe y se deja asombrar. Y siempre con la sensación feliz: estas personas no son tan especiales, uno se las podría encontrar en la calle cualquier día.

Casi ninguna imagen muestra víctimas o expertos de la moda, bellazas exóticas o gente 'excéntrica'. Son personas bastante normales, las que expone Schuman: una anciana con un abrugo azul y un vestido a cuadros, un macho fumando salido de alguna novela de Murakami, un niño español en vestido de domingo, una motociclista insoportablemente atractiva. Y eso precisamente es lo que hace al Sartorialist fascinante: se trata de la belleza cotidiana, de cuán fácil puede ser, en cualquier calle, descubrir belleza. A reconocerla y, por qué no, a atreverse a producirla a eso nos animan estas fotografías.


Las fotos de Schuman, que también aparecen regularmente en revistas como GQ, Vogue o Interview, han sido expuestas en el Museo Victoria and Albert en Londres y el Mueso Metropolitano de Fotografía en Tokio, entre otros. Y sus libros han dado pie a una ola lucrativa en el mundo de la moda, a saber: la publicación de imágenes provenientes de blog de moda en libros sobre moda. Dos ejemplos son las versiones impresas de los blogs Style Diaries: World Fashion from Berlin to Tokyo y Facehunter (2010).

Todas las imágenes que aparecen en los dos volúmenes del Sartorialist aparecen también en el blog. Y sin embargo, su publicación en forma de libro parece conferirles una realidad, un peso, que no tienen en la pantalla. Desde hace varios años, el primer volumen es un verdadero objeto de culto, y muy seguramente el segundo también lo será en poco tiempo: la edición limitada del primer libro cuesta ya 400 euros, la del segundo (aún) 170. ¿Qué nos dice esto acerca del futuro del libro impreso? No tenemos la menor idea. Las fotografías contenidas en estos libros son en todo caso, como las de los soberbios desfiles de moda en París, una escuela para el ojo. Solo que ellas nos ensenan a descubrir formas de la belleza que están en cualquier esquina. Y nos recuerdan también una forma del placer que aquellos acostumbrados a hablar, escribir, reflexionar, a romperse la cabeza, olvidan a menudo: el placer de ver.